*En pleno 2022, en este siglo 21 del Dron RacerX que atraviesa el firmamento a casi 300 kms/h, época de telescopios Webb que fotografían inconcebibles vistas infrarrojas de lo más profundo del universo, en la Hemeroteca Nacional te atiende gente, Homo sapiens como tú y yo
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- La vieja computadora Dell, negra, escueta, con toscos botones en el marco de la pantalla para prender, apagar, aumentar y disminuir el brillo, te fuerza a pensar: “¿Quién era yo en 2001, cuando más o menos este aparato se construyó?”. Velozmente haces cuentas, en tu mente imaginas tu cara en aquel tiempo, y entonces, para solicitar tu periódico de 1946 presionas las letras en unas teclas gruesas, ruidosas, algo rígidas, como si estuvieses tecleando 20 años atrás.
A la Hemeroteca Nacional se le empantanó el tiempo, ¡pero atención!, ya te explicaré que eso no es ningún problema.
Para entrar subes las escaleras en un edificio de Ciudad Universitaria, una mole geométrica de cemento que desde los años 80 casi no ha tenido remodelaciones. Luego apuntas tu nombre con pluma en un vetusto Libro de Registros de entradas y salidas (igual a los que llevan los conserjes de ruinosos edificios repletos de despachos). Luego caminas hasta la sala de consulta, amplia, limpísima (suele a oler a Pinol), ordenada. Lo rodean las oficinas de las y los investigadores y administrativos del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, sigilosos, bien vestidos, siempre viajando con ojos estudiosos en su cosmos de hojas amarillentas de El Municipal, El Nacional Gráfico, Noche del Sábado y miles de revistas y diarios que acaso se imprimieron hace más de un siglo y que guarda este acervo.
Cuando en la antigua computadora escribes el nombre de la publicación que vas a consultar, su entidad de origen, el año y mes que necesitas, así como algunos datos personales, te atenderán personas. Sí, en pleno 2022, en este siglo 21 del Dron RacerX que atraviesa el firmamento a casi 300 kms/h, época de trasplantes de caras y telescopios Webb que fotografían inconcebibles vistas infrarrojas de lo más profundo del universo, en la Hemeroteca Nacional te atiende gente, Homo sapiens como tú y yo. Aunque no lo creas.
Por lo tanto, como los empleados no son robots, está a tu servicio todo el criterio humano de esas mujeres y hombres que te orientan en sus batas, como laboratoristas. “Necesito un periódico de Saltillo para investigar el terrible trenazo de 1972”. “Claro, puedes consultar El Siglo en el piso de arriba”, te dice un señor de canas perfectamente alisadas a lo Andrés Soler. “Quiero averiguar qué se opinó en México sobre el ataque a Pearl Harbor en 1941”. “Yo le echaría un ojo a la revista Sucesos Para Todos”, te explica una señora de lentes. O incluso algo más simple: “Me gustaría saber qué pasó el día que nací. Vine al mundo un 8 de octubre de 1979”. “Pues revisa el diario Unomasuno”, te sugieren.
O están capacitados admirablemente, o bien tantos años hurgando en esas gigantescas bodegas desbordantes y sistematizadas de nuestra historia en papel los ha vuelto eruditos. Te apuesto un millón de dólares a que jamás alguien te responderá “no sé decirle”. No alcanzan todos los aplausos: la Hemeroteca Nacional, este majestuoso edificio gris en plena cama volcánica que en el sur de la Ciudad de México nos legó hace 1700 años la erupción del Xitle, ha exterminado la burocracia.
Cuando entregues tu identificación y el personal te dé a cambio, gratis y con rapidez, el tomo con la publicación que vas a revisar, solo te pedirá que lo inclines en uno los almohadones grises que andan por ahí, y que ayudan a que las hojas, finas y quebradizas como un papiro, al evitar la posición vertical se mantengan firmes.
Y entonces sí, a leer, a indagar lo que se te antoje del pasado de México, letra olvidada y fría como un cadáver si nadie fija su mirada en esas páginas.
¿De qué te puedes enterar? Del infinito. De la insólita desaparición en Puebla del avión español Cuatro Vientos en 1933. Del grupo delictivo en patines Banda Roller que asoló al DF en 1980. De la masacre pavorosa que el Ejército ejecutó en Monte de Chila en 1970. Del “Loco” Sobera, el asesino serial mexicano que amaba a los animales pero que en 1952 odió mortalmente a las personas. De la inolvidable guerra de carne al pastor que en 1998 se desató en el concierto de Bauhaus en el Cine Ópera.
La Hemeroteca Nacional lo sabe todo.